Siempre inculcamos desde el aula, a
nuestros alumnos, que los varones deben tener especial cuidado cuando se
dirigen a una mujer, cualquiera sea su edad. Que aunque sea joven como ellos,
le deben la consideración que su calidad requiere. Eso es parte de la educación
que debemos impartir porque es muy lindo ver en la calle, en el teatro, en la
confitería, en los lugares de trabajo, en el liceo, el trato fino dispensado a
las damas. Por eso te observa el profesor cuando ve que dices palabras groseras
a una compañera, o que permites que ella se acerque a una silla o levante ese
cuaderno que a menudo se le cae, a veces a tus pies.
Pero también inculcamos a las
chicas, el comportamiento que condiga con su condición femenina. Porque naturalmente
que la actitud delicada, respetable, fina de la dama, inspirará la máxima
consideración del varón. Muchas veces éste, por su firme buena educación, no se
desalienta frente a los modales inadecuados de la chica e igualmente la hace
objeto de su trato distinguido, de su cortesía. Pero cuando se es muy joven y
se está en pleno proceso de adquisición de los hábitos adecuados, puede suceder
y sucede que el muchacho se vea desestimulado y caiga en la falta de
caballerosidad que le enseñamos a evitar. Entonces pedimos a los jóvenes de
ambos sexos, que cuiden su conducta siendo corteses los unos, y tratando de
merecer ese tratamiento, las otras. De ella se espera siempre delicadeza,
espiritualidad, abnegación, ternura[i].
¿Y como no se va a esperar todo eso de quienes pueden llegar a obtener el más
alto título que ha conocido la humanidad: el de MADRE?
Extraído de
“Educación Moral y Cívica”de Graciela Márquez-Dora Noblia.
1erCurso-Tomo 2.
Colección Didáctica Monteverde- 1977
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